La sabana de Bogotá está siendo destruida sin pausa. Esta afirmación la hice en una columna publicada en este diario en 2009. Hoy, lo único que puedo decir, con certeza, es que en los últimos once años la destrucción y el deterioro de la Sabana se han incrementado sin cesar.
Como también lo señalé entonces (no me gusta autocitarme, pero aquí toca): “Quizá hacia mediados de siglo quedarán, si acaso, unos pocos restos de una de las regiones más singulares de los Andes suramericanos, en virtud de sus excepcionales valores ecológicos y paisajísticos, y se habrán arruinado algunos de los suelos más fértiles del país. Y los habitantes de la capital y de sus municipios cercanos vivirán en esa especie de infierno que son, ya hoy, aquellos grandes centros urbanos de nuestro planeta que tomaron por la senda de la ciudad desparramada, atomizada, de baja densidad, y conurbada con las poblaciones vecinas, mediante una sobreexpansión que arrasa con las áreas que deberían dedicarse a la protección del medio ambiente y del paisaje, a la agricultura y a la recreación” (EL TIEMPO, 29 de enero de 2009). Todo parecería indicar que si no se toman medidas radicales para cambiar el rumbo, se arribaría a este lamentable escenario mucho antes.
Pero en contravía de un cambio imperativo se encuentra el proyecto de construcción de la carretera Perimetral de la Sabana, que detonaría un proceso de deterioro y destrucción ambiental, social y agrícola en los valles de Tenjo y Tabio. Estos dos valles, en conjunto con el de Subachoque, conforman la última área continua de la región que presenta un buen estado, en relación con sus valores agrícolas, ecológicos y paisajísticos. La Perimetral de la Sabana pretende atravesar 7 municipios: Tenjo, Tabio, Cota y 4 más, desarrollándose en parte paralela al río Chicú y al río Frío. Para su primera etapa, Codinsa, la empresa antioqueña promotora, planea una perimetral de doble vía, pero resulta obvio que en un plazo no muy lejano se transformaría en una autopista de varios carriles.
¿Por qué la Alianza para la Defensa de la Sabana, una organización a la que pertenezco, así como la alcaldesa de Tenjo, Sonia González, y diversos grupos de ciudadanos de esta localidad y de Tabio consideramos que la perimetral detonaría un nuevo desastre ecológico y urbanístico en la región? La respuesta es muy clara: generaría un proceso de urbanización de los suelos de Tenjo y Tabio y un proceso de conurbación.
Los promotores de la perimetral arguyen que mediante el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) municipal se evitaría tal situación. Es un argumento retórico, puesto que los POT están dominados por la práctica corrupta del volteo de tierras agrícolas para urbanizarlas, con pingües ganancias para los volteadores. Esto ha sucedido en municipios de Chía, Cajicá, Cota, Funza y Mosquera, lo que ha conducido a la urbanización caótica e injustificada que hoy presenciamos, con altísimos costos sociales y ambientales.
Lo grave es que la Corporación Autónoma de Cundinamarca (CAR) –a la que, según la ley de ordenamiento territorial, le compete aprobar, o no, los POT de conformidad con los determinantes ambientales– se convirtió, en la práctica, en una especie de oficina de registro de volteo de tierras. (Esperemos que su nueva administración corrija tan perverso rumbo.)
¿Acaso hay alguna alternativa para mejorar las condiciones del tráfico vehicular en la periferia de la ciudad capital, sin duda una gran necesidad? Sí existe, y parece obvia. Se trata de la ampliación, corrección y modernización de la carretera ya existente entre Madrid y Chía. Inexplicablemente, la CAR no exigió a la firma dueña del proyecto un diagnóstico ambiental de alternativas y aceptó que presente a su consideración la solicitud de licencia ambiental de esta dañina perimetral. Lo único que resta es pedirles al gobernador de Cundinamarca, Nicolás García, y a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, que impidan semejante desastre.