Por: Hernando Roa

El ejercicio de la política —como arte— es fundamental para la realización de todo ser humano; es una de las concreciones de su ser social.

Transcurrían los años ochenta y en mi cátedra sobre Introducción a la ciencia política, me correspondía desarrollar el tema sobre: La importancia de la política. Habían pasado seis horas del desarrollo del universo temático del curso y una alumna, representante de los estudiantes, me interrumpió al iniciar la sesión y afirmó: “Profesor Roa, estamos contentos con su cátedra y como usted nos autorizó a interrumpirlo, cuando tuviéramos preguntas o cuestionamientos, yo quiero hacerlo”, y continuó: “Compañeros: al terminar la clase de hoy, los invito a dirigirnos a la Dirección de la Escuela a que denunciemos al profesor Roa. Nosotros no queremos ser políticos; estamos en la ESAP, porque queremos ser administradores públicos, no políticos; los políticos son unos ladrones y nosotros no queremos ser ladrones”.

Yo estaba de pie, como acostumbro a exponer mis clases. Me senté y dije a los alumnos: ¿Qué objeciones o comentarios adicionales tienen? Otra de las brillantes alumnas, reiteró: “Sí, compañeros: debemos denunciar, ante el Director, al profesor Roa; nosotros no queremos ser ladrones; queremos ser administradores públicos”. Entonces, pregunté: ¿Desean agregar algo más? Hubo silencio en el salón y continué: Las alumnas que acaban de intervenir tienen razón, si están haciendo referencia a los politiqueros que desvirtúan la esencia de los contenidos de la política, como arte y ciencia, y desconocen sus relaciones con la administración pública.

Y continué: Cuando hablamos de la importancia de la política, hacemos relación a estas últimas dimensiones y a ellas me voy a referir hoy. Nos restaban 90 minutos de sesión y procedí a explicar, cuidadosamente el tema, precisando las conceptualizaciones de la administración pública y de la política como arte y ciencia. Presenté ejemplos de la aplicación de cada una de esas conceptualizaciones y de sus múltiples relaciones con la administración pública.

Ulteriormente, hice notar cómo la política no es la politiquería; expuse casos y expliqué por qué en las distintas regiones de Colombia, estas prácticas le han hecho un daño inmenso al fortalecimiento de nuestra democracia(1). Asimismo expuse, dentro de la visión interdisciplinaria vigente en ciencias sociales, las relaciones teórico-prácticas entre la ciencia política y la administración pública. Al finalizar la sesión, los alumnos generosamente, me dieron un gran aplauso. Años después, tuve el honor de acompañarlos, en compañía de las directivas de la Institución, de sus profesores y de sus padres, en la Sesión Solemne de su grado.

Han transcurrido 39 años (1982 – 2021) y en este intervalo han sido múltiples mis participaciones en los pregrados, postgrados, eventos nacionales e internacionales, y reuniones con profesores, investigadores, egresados, diversos sectores sociales, padres de familia y miembros de las comunidades universitarias, especialmente de las 16 direcciones territoriales de la Escuela Superior de Administración Pública, en los que el tema de la politiquería fue expuesto y debatido.

La realidad contemporánea es que, cada vez más, se han sofisticado las prácticas politiqueras y la apropiación privada de las instituciones públicas con su correspondiente saqueo; el enriquecimiento exponencial de la mayoría de los politicastros, pseudocaudillos populistas y sus familiares; el incremento de la corrupción administrativa y por supuesto: el desprestigio del ejercicio de la política como arte de gobernar para el bien común, así como la carencia de un número cualificado de líderes políticos demócratas y estadistas. En época reciente, han surgido nuevas circunstancias que, amén de las ya mencionadas, han colocado en un gran peligro la democracia colombiana de nuestros días: la desinstitucionalización de los partidos políticos; la continuación del fenómeno de la abstención política electoral; la práctica de la corrupción; los falsos positivos; el paramilitarismo; los desertores de las FARC; los ataques a la JEP y a la Comisión de la Verdad; la falta de respuestas del sistema político a los problemas histórico – estructurales (salud, educación, vivienda, seguridad, recreación, ambiente, relaciones internacionales…) con políticas públicas apropiadas; y en gran síntesis: los malos gobiernos dirigidos por quienes no estaban ni están preparados; no tenían ni tienen, una vocación y formación democrática profunda. Estos son pues, algunos de los factores sustantivos que nos explican los últimos 47 días en que las instituciones democráticas colombianas han sido puestas a prueba.

Recordemos brevemente, que circunstancias de desprestigio de la política, como las que hemos anotado –con algunas variaciones- ocurrieron en los ascensos al poder del Perú de Fujimori y de la Venezuela de Chávez. Los demócratas debemos estar muy atentos, porque evidentemente, el régimen democrático colombiano, está en peligro y en la crisis contemporánea, existen componentes novedosos –como la participación especial de los jóvenes- que hay que estudiar incisivamente.

Entonces: Debemos prepararnos consagrada y profesionalmente, para buscar que los candidatos a la Presidencia de la República y a cargos colegiados en 2022, merezcan el honor de sus designaciones. La tarea es ingente: El papel de las universidades; de los líderes políticos honestos –porque los hay-; de los empresarios; de los gremios; de los sindicatos; de las fuerzas militares y de policía; de los medios de comunicación; de las redes sociales; de las iglesias; y de la intelligentsia colombiana, serán decisivos para que el país no desemboque en una desinstitucionalización. Recuerdo bien la sentencia de Alberto Lleras: “Colombia ha sido un país estéril para las dictaduras”(2). La misión de la sociedad civil y de los demócratas será crucial, para que esta sentencia siga siendo válida. Estamos invitados a lograrlo; de nosotros depende. Y especialmente los sectores juveniles, están invitados a participar en la política, ejercer su liderazgo y no dejarse confundir por las prácticas politiqueras que siguen desvirtuando el papel sustantivo de la política, como arte de gobernar para el bien común.