Por: José Fernando Isaza
El reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) reitera la urgencia de reducir las emisiones de anhídrido carbónico (CO2) a la atmósfera para evitar una catástrofe planetaria. La atmósfera tiene la capacidad de regenerarse y preservarse, pero no puede aplicarse lo mismo a la humanidad y la civilización, ya que puede desaparecer como tantas otras especies o adaptarse a un mal vivir en un entorno hostil. La temperatura atmosférica es hoy la más alta de los últimos 150.000 años. El diagnóstico es claro. Las acciones a tomar para evitar el ecocidio también lo son, pero se requiere la voluntad política para llevarlas a cabo. El Protocolo de Montreal de 1987 muestra la posibilidad de un acuerdo que permitió eliminar casi totalmente la emisión de fluorocarbonos a la atmósfera, que destruyen la capa de ozono, protección contra la radiación ultravioleta causante de cáncer de la piel. Este exitoso resultado puede deberse al hecho de que la población más propensa a desarrollar cáncer de la piel es la blanca, anglosajona y protestante (WASP, por su sigla en inglés), mientras que los habitantes del trópico están más protegidos de este mal por el color de su piel.
Cada vez se reconoce el mayor impacto que tiene en el calentamiento atmosférico otro gas de efecto invernadero, el metano (CH4), llamado gas natural o gas de los pantanos. La mitad de los 1,2 °C de calentamiento atmosférico desde la Revolución Industrial se atribuye al metano. Cada metro cúbico emitido a la atmósfera produce un efecto similar a más de 80 metros cúbicos de anhídrido carbónico. Afortunadamente, la permanencia del metano en la atmósfera es de solo 10 años, comparada con la del anhídrido carbónico, que puede durar hasta 200 años.
La producción de metano por la actividad humana se realiza principalmente por las prácticas agrícolas y ganaderas y la deforestación, que contribuyen con el 25 % del efecto de invernadero. La producción de arroz emite anualmente metano equivalente a 3.600 millones de toneladas de CO2, similar a la contribución del sector transporte. La solución no es reducir la producción arrocera, existen prácticas sencillas que reducen hasta el 90 % de las emisiones. La ganadería es otro emisor de metano, pues cerca del 14 % del aumento de la temperatura atmosférica puede atribuirse a esta actividad. El metano lo emiten principalmente los vacunos por la boca y no, como la sabiduría popular cree, por otro orificio. La investigación sobre alimentos para el ganado vacuno que disminuyan la producción de CH4 es de la más alta prioridad.
Las prácticas incorrectas de extracción de hidrocarburos con fracking en los bituminosos también contribuyen a la producción de metano, así como las fugas en los gasoductos y los sistemas ineficientes de conversión de motores de gasolina a gas natural afectan la temperatura atmosférica.
La emisión de metano por el derretimiento del permafrost en zonas de Siberia, Alaska, Canadá y países bálticos hace pocos años era una hipótesis, hoy es una realidad. Por el aumento de la temperatura en el verano boreal, se está derritiendo el hielo que contiene la masa orgánica bajo la superficie terrestre. Esta masa contiene 1,5 billones de toneladas carbón orgánico, el doble de lo existente en la atmósfera. Urge un acuerdo sobre la reducción de CH4, como en teoría existe sobre el CO2.