Por: Santiago Gómez
No vengan ahora a decir que el problema es el fútbol, cuando eso sería solo una excusa barata. Sin fútbol esos inadaptados buscarían otra manera de expresar su incapacidad de diferir.
Ahora no faltarán quienes creen que el fútbol es el culpable. Después de los desmanes de esta semana provocados por unos cavernícolas en El Campín, ahora resulta que el fútbol es la causa y no un mero medio de expresión de ese salvajismo que vemos en muchas esferas de interacción social.
El desadaptado que pisó la cabeza del aficionado de Santa Fe tiene ya antecedentes judiciales por homicidio. El problema no es el fútbol, el problema es la gente, que puede escoger ir a fútbol o también puede preferir quedarse fuera del estadio reventando cabezas ajenas simplemente porque no conoce una mejor forma de canalizar sus pulsiones.
El colombiano no es violento por su pasión futbolera, lo es por desconocer o por no preferir maneras civilizadas de gestionar el disenso. Lo es porque somos unos salvajes que desconocemos las reglas, o las conocemos y nos importan un carajo. No vengan ahora a decir que el problema es el fútbol, cuando eso sería solo una excusa barata. Sin fútbol esos inadaptados buscarían otra manera de expresar su incapacidad de diferir.
La solución pasa, principalmente, por fortalecer, mediante procesos de educación no necesariamente formales, la capacidad de los jóvenes de entender que la diferencia (en el fútbol o por fuera de él) es constructiva y potencia la posibilidad de progreso de las comunidades civilizadas, no lo limita.
No basta con pensar en el fútbol como detonante, porque tampoco lo es. Las frustraciones que derivan en la violencia no son generadas por el deporte, son derivadas de factores sociales estructurales que excluyen a muchos de la participación en espacios de interacción educada. El problema no son ni Claudia López, ni el Nacional, ni la Dimayor, son las familias, el sistema excluyente y fragmentado, la ausencia de posibilidades de expresión controladas en el marco de lo legítimo y lo civilizado. El fútbol y el deporte nos han unido, a pesar de nosotros mismos. Ahora no vengan con cuentos sesgados que creen que cerrar los estadios soluciona lo que nos hemos encargado de inocular en la cabeza de una juventud desesperanzada en futuros viables.